En el centro de la capital colombiana, un edificio que antes era símbolo de progreso y prosperidad ahora se encuentra abandonado. Fue construido para albergar las oficinas de la empresa estatal de telecomunicaciones, TELECOM, y su moderna infraestructura alguna vez fue admirada como una promesa de un futuro mejor para el país. Ahora el edificio está vacío, sus instalaciones son un vergonzoso monumento a la mala gestión del dinero de nuestra nación. La empresa quebró en 2003 debido a la corrupción gubernamental. El edificio TELECOM es un símbolo de las dificultades económicas del centro de Bogotá, generalmente enmascaradas por proyectos de gentrificación en la zona.
El título de la exposición, “NULL”, proviene de un término utilizado en telecomunicaciones que significa “un error, una entrada de datos falsa o un fallo de programación”. Este proyecto reevalúa supuestos errores del sistema como punto de partida para nuevas ideas y posibilidades para el futuro, con la convicción en que la conexión entre personas es la clave para superar situaciones impredecibles Para esto, tuvimos que pensar dónde podrían estar estos espacios de supuesta imposibilidad en el sistema. Los doce artistas que han realizado intervenciones in situ en los piso del edificio, y los casi veinte artistas que han propuesto eventos colectivos y performances a realizarse todos los sábados de la muestra, buscaron a través de esta oportunidad encontrar nuevas maneras de dar uso a las arquitecturas cuyo uso se encuentra en vilo.
Ser artista en un país en desarrollo implica enfrentar desafíos únicos, especialmente al buscar espacios para trabajar y exponer de manera colectiva. El desafío que se presenta a futuro es transformar esta experiencia colectiva en un modelo de análisis y replicación, que permita sistematizar y profundizar en las prácticas de trabajo colaborativo y sostenible. Se busca crear un modelo que no solo supla las necesidades de los artistas, sino que también genere una retroalimentación continua de creación, participación y disfrute.
El primer paso fue localizar dichos espacios de supuesta imposibilidad en el sistema. Al trabajar en un edificio de oficinas, nos parecía lógico considerar el trabajo en sí como medio de comunicación, pues después de las relaciones familiares, las interacciones humanas más básicas en la sociedad siempre están relacionadas con la economía. Matilde Guerrero utiliza el performance para crear experiencias que cuestionan nuestra relación con el quehacer diario. Por ejemplo, creó una novena de oración por el alma de Leo Kopp, fundador de la cervecería Baviera y del barrio La Perseverancia. La efigie de Kopp es visitada hoy por cientos de bogotanos, quienes le piden estabilidad económica, trabajo y buena suerte en los negocios, como si se tratara de un santo del capitalismo. Guerrero también ha catalogado un paisaje aromático de la oficina colombiana, una enumeración de olores como perfume, café, alfombra mojada, tinta de fotocopiadora, ambientador de baño y muchos otros rastros fragantes que asociamos al empleo de oficina, y que son índices de la vida cotidiana, el trabajo y ese espectro invisible que puebla nuestros entornos e interacciones más comunes.
En un proyecto como Null, enfocado en el apoyo mutuo, William Contreras Alfonso cuestiona el papel del artista y la ayuda que puede brindar a su comunidad. Paródicamente, sus obras en tela contienen instrucciones para reutilizar la fibra sobre la que están dibujadas, y construir con ella mecanismos de refugio y rescate en caso de que ocurra una eventualidad o catástrofe en el edificio. Tiendas de campaña, alas delta para escapar por una ventana, y camillas para transportar heridos si una obra de arte se desploma sobre un espectador; todas estas proyecciones mentales, más que predecir desastres, apuntan a satisfacer la esperanza que tienen los artistas de que su arte sea útil, apreciado y valioso.
El arte puede ayudar a la sociedad, y las ideas aparentemente simples que tendemos a ignorar pueden representar grandes ganancias. Para atraparlas hay que estar muy alerta, por eso en Chocó existe la expresión “Veanvé”, que significa “¡Mira otra vez! ¡Ten cuidado!” También “veanvé” es el nombre del proyecto de rehabilitación de la antigua sede de TELECOM en Nuquí. Este proyecto de Taller de arquitectura APLO, con Pedro Aparicio y Mano cambiada, busca rehabilitar el edificio como un centro cultural ambiental dirigido a jóvenes. Comunicando las dos sedes de TELECOM, el cartel exhibido en Bogotá viajará al Pacífico luego de la exposición y permanecerá allí para ser visto nuevamente, fortaleciendo el conocimiento de los jóvenes sobre su entorno económico y social.
Tomar conciencia de la situación medioambiental es urgente, pero es una cuestión compleja: ¿Significa la tecnología explotación y nuestra condena, o podría ser nuestra salvación si aprendemos a usarla sabiamente? En la instalación de Linda Pongutá, materiales como carbón vegetal, cables de desecho, hierro y cerámica se funden de manera extraña, similar a una formación de hongos o una plaga de insectos. El desperdicio industrial, con sus escombros enredados y polímeros no reutilizables, se parece a Manigua y su peligroso caos, en el que la naturaleza de las cosas avanza y reúne la densidad de lo impredecible. Como una dimensión cósmica de la selva, la supuesta basura se reconfigura y forma una bulliciosa colonia, trastocando la austera arquitectura del edificio.
Revisando el archivo publicitario de la desaparecida TELECOM, Pongutá encontró un registro de construcción del tambor Manguaré en amazonas, elaborado a partir de un tronco ahuecado que se escucha en un rango de veinte kilómetros de distancia. En sus películas, Alejandro Salcedo condensa la deriva selvática en busca del tambor, no por preocupación arqueológica sino como excusa para generar una conversación con los lugareños sobre la relatividad de las distancias: Una brecha ideológica, geográfica y lingüística dificulta la comprensión y obstaculiza la hibridación entre culturas, pero también es una inspiración para buscar, a través del arte, un camino más corto entre las tierras amazónicas y el resto del mundo.
Se cree que la vida silvestre sólo existe fuera de los terrenos urbanizados, y los espacios sin uso humano a menudo parecen abandonados. Sin embargo, los ecosistemas de aves y pequeños mamíferos pueblan e interactúan en techos, patios, árboles y sótanos. Luisa Roa los observa desde las ventanas de TELECOM a la sombra del caucho sabanero que está en la entrada. Aves como el rey tropical, el gorrión de cuello rufo, la golondrina de vientre marrón, la paloma y el buitre negro interactúan con perros y gatos callejeros de la zona, y el artista ha documentado meticulosa y científicamente su red de cantos. La instalación sonora en la que están consignados muestra el vasto mundo que extrañamos a diario, un mundo complejo que pasa por encima de nuestras cabezas. El trabajo de Roa demuestra que la base de una comunicación eficaz es siempre la escucha atenta.
Permitiendo un momento de observación, un espacio para la contemplación sonora y visual, Néstor Gutiérrez junto al músico Vladimir Giraldo se apoderaron de oficinas con divisiones de madera y vidrios opacos. Instalaron parlantes, pinturas, objetos, sonidos y colores, generando una atmósfera embriagadora y evocadora. La pintura color curuba de las oficinas sirvió de referencia para la intervención de los artistas, mareados por el paso del tiempo y agónico remanente de un gusto decorativo pasado de moda. La curuba es una planta trepadora originaria de la cordillera de los Andes y muy presente en el altiplano cundiboyacense. A medida que crece, suele parasitar entre sus formas enredadas otras plantas, la arquitectura o cualquier cosa que se encuentre a su alrededor. Sus frutos, al igual que otras pasifloras, tienen un efecto sedante.
María Clara Figueroa amplía el lenguaje de la pintura y trabaja con materiales arquitectónicos transformados en vestigios de acciones en el espacio. Su observación del lugar es artesanal y consiste en la repetición de un gesto: quitar pintura vieja con caramelo caliente, o recoger objetos abandonados en el espacio y preservar su silueta como si se tratara de un fotograma. La piel del muro se desnuda y, a través de la transparencia del velo, la vista de la ciudad se une a lo que había quedado olvidado en el suelo. María Clara tituló una de sus piezas Phantasma, quizá por el carácter traslúcido de su soporte o quizá porque resulta inevitable pensar en fantasmas en un edificio abandonado lleno de habitaciones vacías y ruidos escabrosos.
Todavía no existe evidencia científica concluyente sobre la existencia de espíritus. Sin embargo, se cree que el espectro fantasmal está relacionado con frecuencias específicas del campo electromagnético. Está tan extendida la creencia de que es posible comprar medidores fantasma en tiendas online y, si se desea, hackearlo como hizo Wilmer Rodríguez para que sus fluctuaciones provocadas por energía EMF transformen el magnetismo de un lugar supuestamente embrujado en sonido de sintetizador. Como contraparte, las banderas de madera, vidrio y hormigón de Sebastián Mira se asientan sobre lo definitivamente comprobable: la naturaleza táctil de los objetos y las relaciones entre los materiales constructivos como componentes del edificio que nos alberga. Una bandera es un símbolo de territorio, una demarcación geográfica y política, y aunque no está claro el dominio que éstas representan, o si su territorio es la superficie de la bandera en si misma, sus rectángulos muestran la materia prima que moldea las ciudades.
Cuando llegamos a trabajar hace unos meses, el hormigón, el vidrio y la madera estaban amontonados desordenadamente en el suelo. El abandono reorganiza los materiales, haciendo aparecer montañas, bloques y caminos. La intención de Ana Montenegro y María Leguízamo fue intensificar las características del lugar a través del vapor de agua y la luz. “Humo y espejos” es una metáfora común del engaño, un acto de prestidigitación: el reflejo se ve como una copia que suplanta al original y la niebla como una cortina que oscurece lo obvio. Sin embargo, también podría ser lo contrario: la imagen que rebota es evidencia de una superficie traslúcida o la niebla una pantalla que exalta los acontecimientos luminosos, los haces de luz y las sombras. Las instalaciones de Ana y María exigen una segunda mirada a elementos subestimados y pasados por alto, y con su práctica se enfrentan al ansia voraz de reorganización e higienización de la ciudad, costosa y supuesta vía única hacia el progreso.